Hoy es otro día raro de esos en los que Logroño ha dejado de ofrecerme misterio y me quedo en casa de mi novio haciendo cotidianedades habituales como cocinar, dormir, leer, ver la televisión o escuchar la radio. Y fue precisamente en la radio donde escuché la enésima gilipollez de la semana: -Lo ideal es que no haya tantos universitarios, que la gente se apunte a formación profesional, que de verdad sirve para algo y hay demanda. He de decir que a estas alturas de carrera una ya está curada de espantos tales, pero aún así sigue jodiendo en lo más profundo del alma. ¿Qué le pasa a la gente? Ya no se valoran los principios que te enseña la Universidad, ya no se valoran sus carreras, ya no se valora la masa humana que la mueve... No sé si escribir el post más largo de mi vida o callarme ya y dejar que las palabras hablen por sí solas, creo que esto último será lo mejor... Por otro lado, en mi lista de profesores adorables se me olvidó mencionar a mi profesor de Historia Contemporánea de España de tercer curso: José María Moro Barreñada, un hombre al que acudían tan sólo 7 personas a su clase (miento, 7 matriculados, íbamos tres) Un hombre sabio con multitud de artículos muy interesantes sobre la peste y más temas concernientes a su área de saber. Un hombre pausado y agradable, todo un caballero. A él también gracias. Hoy me siento rara, de un raro oscuro, un raro azul marino o negro, pero raro al fin y al cabo. No sé lo que quiero es la frase que mejor me define en estos días. Tengo todo para ser feliz y aún así me emberenjeno cada vez que puedo, me entristezco cuando nos conceden más horas de sueño algunos días (quienes me conocéis sabéis a qué o quién me refiero) a punto de llorar estoy habitualmente si no le arranco una palabra o si me fijo en lo cruel que es el paso del tiempo para con todos... No sé qué hacer... ¿Se llama a esto amor? No puede ser, estoy enamorada, mi amor está aquí conmigo, en la cama, durmiendo apaciblemente esperando que le abrace. Si no es eso ¿qué cojones es? y, la pregunta del millón ¿por qué narices me declararía yo seguidora de la doctrina de Platón? Ay, dios mío, qué complicada es el alma femenina hasta para que las que tenemos el gusto de usarla... |