(Dos fragmentos)
El cuerpo de Ino fue velado en las escuelas de Roturas de Cabañas, un pequeño pueblo de la sierra en el que hoy viven 350 personas. Nadie sabía qué hacer con el cadáver. Muchos pidieron prenderle fuego. El cura, por si el guerrillero fuese católico, dijo que había que enterrarlo. Pero no en cualquier sitio: en la puerta del cementerio para que todo el mundo pudiese "pisar la tumba del rojo" de por vida, tal y consta en el libro de muertos de la parroquia.
Aunque el trabajo documental era bastante sólido, las labores de exhumación no fueron sencillas. El cementerio está en cuesta y en un primer momento aparecieron todo tipo de restos. Había otra dificultad. Hace apenas un mes, Elisa, una vecina de Roturas, cuando supo que se iba a exhumar a Ino, confesó que su madre, Trinidad Álvarez, estaba enterrada sobre él. Había muerto de forma natural en los años 50 pero, al ser una mujer de izquierdas, el cura quiso que también fuera pisoteada eternamente. Elisa había callado todo este tiempo por el qué dirán. El ancestral miedo de los pueblos pequeños.
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