... Hoy es el día de San Patricio. Me he paseado por la ciudad en penumbra con un gorro bicolor (verde y negro, de Guiness) y he llorado. He llorado, sí, en un sitio lamentable y por una cuestión lamentable. El Millenium no es uno de esos sitios donde se llore por algo así, quizás las adolescentes (no más de dieciocho) lloren por sus parejas rotas, por su cacharro en el suelo, pero no por algo así... Un cartel en la puerta rezaba: "Fiesta de Humanidades. Campus del Milán. 17 de marzo de 2006" Y he llorado. Mientras el Melendi turraba mis oídos por los altavoces, millones de decibelios me acosaban. Este año acabo la Universidad. Hoy fui a mi primera fiesta de humanidades inconscientemente. No había nadie allí que yo conociera (y dudo que hubiera alguien más que yo en edad universitaria) No había nadie con quien compartir mis frikerías históricas ni nadie a quien saludar. Llevo cinco años en la Universidad y sólo he hecho una amiga y dos conocidos agradables. Los demás, no existen. Tan sólo a ella puedo contarle mi pasión por las villae romanas, decirle lo mucho que me gusta la arqueología o lo mucho que odio al profesor de España Actual. Bueno, quizás esto pueda decírselo a los tres, pero de diferentes maneras. Nunca he compertido con ellos una fiesta. Nunca he despertado delante de un croissant con un catedrático confesándome lo mucho que le pone imaginarse a las mujeres subiendo una montaña con tacones de aguja y vestidos negros. Bueno, sí, una vez ligué con el hijo de un eminentísimo lingüista español. Pero era una cena de filología. Ni siquiera de Historia... No he ido a un viaje con nadie ni iré al planeado a Egipto. Ni confesaré lo mucho que me pone ese hombre Tardoantiguo cuando su camisa azul está desabrochada y pasa, una tras otra, fotografías vestigio de un pasado que me gusta. Ni confesaré otras muchas cosas inconfesables... o por qué tan sólo un cinco en ciertas asignaturas y en otras un diez. No, jamás diré lo que pasó en Madrid y ella lo sabe. Tan sólo quiero un poco de fiesta. Una apoteosis final a este drama. Una cena, un convite, una espicha, un botellón. No quiero acabar así, no quiero llorar por los bares cuando veo un cartel de Humanidades. Sé que no merecen la pena, sé que son como son, pero son mis compañeros, lo han sido durante cinco años y, aunque los odie, quiero emborracharme con ellos. Quiero ser normal. Y también, quiero ser arqueóloga y lo voy a ser.
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