... Sólo hay una pregunta. ¿Por qué? (y no quiero respuestas como: ¿por qué no? de los que se creen que han inventado algo en ese magnífico examen de filosofía...) Cuando entré en la Universidad creía que debía adorar a los dioses que se sentían ávidos de darnos conocimientos y convertirnos en personas. Hoy soy atea. Ya no me quedan ni conocimientos ni dioses a quienes adorar. Los dioses son mentira. Sólo hay dos clasificaciones posibles: animal y Persona. He conocido muchos (demasiados) animales y tan sólo dos o (a lo sumo) tres personas en toda mi carrera. ... Que un profesor universitario insulte a diestro y siniestro, metódicamente, con continuidad, madruguidad y alevosía a quienes profesan una religión, a quienes tienen una cultura diferente, quien eso hace, para mí no entra en la segunda clasificación. Es una pena, no era una asignatura que me ofendiese especialmente... Ahora he aprendido a odiarla. Pobre asignatura... ... Y mientras una de las Personas se esfuerza por inculcarnos la belleza de la arquitectura islámica y las diferencias que caracterizan a una cultura de otra, el Animal tan sólo puede llamarles hijos de puta. Y quedarse tan ancho y escuchar las risas de los que aún adoran a falsos dioses, los que chupan almorranas a esos ídolos sobredorados... ... Y por eso he de agradecer a las Personas. He de agradecer a esos tres (diré tres) profesores que me han enseñado que la risa fácil no es el camino a la mejora de la persona y mucho menos al conocimiento histórico. Porque es más fácil reírse con un sonoro insulto que aprender a apreciar el valor de la palabra. Porque a muchos les parecerá extraño que prefiera un "ábside trilobulado", "una estructura tumular" o "las ideas de Suetonio" antes que un asqueroso chiste sobre lo malos y despreciables que son los "moros". Por ello, aunque sé que (afortunadamente) ninguno de ellos jamás conocerá la existencia de este blog, aunque jamás se lo diré a la cara, me atrevo a destacarme de la mayoría, del rebaño inconsciente que sigue y sigue al líder obcecado en el chiste fácil y quiero agradecer a tres profesores que me han marcado para bien o para mal. Tres con los que he discutido hasta la saciedad, con los que me he enfrentado, a los que he visto en situaciones cuanto menos extrañas.
... Gracias a Rosa Cid por su atención, por enviarnos becas, por mantener el contacto y no ser una mujer distante a pesar de algunas circunstancias. Por enseñarnos a su peculiar manera de hacer las cosas, a amar el mundo clásico, a comprender lo que otros ni siquiera pueden entrever. Por estar ahí siempre que algún estudiante desesperado la necesita (véase mi persona) y por responder siempre (o casi siempre, nadie es perfecto todos los días) a las dudas y cuestiones que más nos importaban, por muy estúpidas que pareciesen...
... A Avelino Gutiérrez. Porque sí, porque la manera en que ahora mismo entiendo la arqueología no sería igual sin él. Porque sus clases, aunque a veces largas y detalladas, demuestran un interés profundo por el aprendizaje de sus alumnos. Porque antes odiaba a los visigodos a muerte. Por sus ábsides trilobulados y sus arcos de herradura (que ahora, cuando nos dediquemos a la albañilería sabremos que son más prácticos que los que se construyen de medio punto) Por hacernos sentir orgullosas cuando alguien nos envidia por tenerle de docente. Por dar la nota en Santiago y demostrar que no es un becerro dorado (al estilo del de Ribadeo) sino una persona con sus defectos pero con grandes cualidades científicas...
... A Miguel Ángel De Blas por su insolencia. Por su egolatría y por su mal genio. Pero sobre todo porque si alguien se interesara en conocerle realmente, no sólo en superficie, no sólo en clase, descubriría una grandísima persona y, lo que es más, un excelente investigador, teórico y arqueólogo. Por haber excavado el Monte Areo, por sus artículos sobre el dólmen de la Santa Cruz (que no, no me sirvieron de nada, lo siento) y porque sí, por sus dos cojones para dar clase y ofender a quienes se lo merecen. Porque yo, antes que ofendida, con él, cuando sus salidas de tono me afectaban personalmente, me enorgullecía y le rebatía. Hasta que un día me confesó que era eso, realmente lo que esperaba de un investigador. ¡Olé!
... Lo demás es agua pasada, una mota de polvo, un polvo salvaje pero insólito en una noche de borrachera... Lo demás, no importa.
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